Cuarenta y tres años después de su adhesión, los británicos van a votar el 23 de junio si se quedan en la Unión Europea o no. Cualquiera que sea el resultado de esta votación, tendrá un impacto importante en el futuro de más de 500 millones de nuestros conciudadanos europeos. Si deciden salir, puede ocurrir lo  peor y lo  mejor para el resto de la Unión. Si, en cambio,  optan por quedarse, no hay garantía de que esta decisión será definitiva y que los "súbditos de Su Majestad" no vayan a  buscar  constantemente un acuerdo mejor.

 

Ante la opción que nos afecta a todos, creo que todos los ciudadanos de la UE deben expresarse. Su futuro - y el de sus hijos - está en juego y, lo que es más,  la de todo el sistema establecido pacientemente por nuestros antepasados ​​desde el final de la guerra, y que ha sido la fuente de una extraordinaria prosperidad.

 

Frente a las exigencias de David Cameron, nuestros gobiernos consideran que los riesgos de un  Brexit justifican cualquier compromiso. En consecuencia, el 19 de febrero, han hecho  importantes concesiones a las que se negaron tres meses antes. Y tal vez hayan tenido  razón de  hacerlo. Pero no a cualquier precio y, sin duda, no reservando el derecho de voto sólo a los ciudadanos británicos sobre un acuerdo que compromete el futuro de todos los europeos.